Cuando comemos, el alimento que ingerimos inicia una aventura en nuestro cuerpo que inicia en la boca y termina en el ano. Analicemos por paso dicha travesía, pero antes - y no estoy juzgando la capacidad interpretativa del lector - debo aclarar que, aunque utilice en ocasiones términos médicos y científicos, esto no es una lección de anatomía.
La función principal de nuestro sistema digestivo es descomponer la comida para que el organismo aproveche los nutrientes y lo transforme en energía almacenable y aprovechable en nuestro cuerpo. Tal como funciona nuestro sistema digestivo, nuestra mente funciona de forma similar.
A menudo nos encontramos con suculentas prosas ricas en nutrientes líricos, masticamos las puntuaciones y acentuaciones y procedemos a tragar los versos (o párrafos completos, en el caso de los angurriosos). Luego de ingerirlos, nuestro sistema se encarga de procesarlos. Dependiendo de la esencia nutritiva de lo absorbido, será determinada nuestra energía aprovechada y por ende los residuos que los mismos dejan.
En estos tiempos modernos, nos vemos preocupados por nuestra salud y lo que introducimos a nuestros cuerpos. Esas etiquetas blanco y negras con datos nutritivos que antes ignorábamos, se ha convertido en una importante herramienta en el cuidado de nuestros cuerpos. Lo mismo debería aplicarse a los textos, a las informaciones que nos dan, las cuales ofrecen mucho volumen pero poco valor alimenticio, y a veces provocan una indigestión cerebral.
A diferencia del sistema digestivo, el cerebro no tiene forma de eliminar los residuos dejados del aprovechamiento de información, es decir, debemos tomarlo todo y retenerlo todo, lo cual no es aconsejable en ninguna circunstancia. Es como si comiéramos un lechón con todos sus componentes.
La respuesta yace en aplicar un filtro de consumo selectivo a la información disponible. Nadie come todo lo que encuentra, procede a una observación y evaluación previa a la ingesta. Hacer esto garantiza que el organismo logrará llegar a su potencial aprovechando lo introducido y reduciendo al mínimo los residuos. Evitemos el estreñimiento verbal.
La función principal de nuestro sistema digestivo es descomponer la comida para que el organismo aproveche los nutrientes y lo transforme en energía almacenable y aprovechable en nuestro cuerpo. Tal como funciona nuestro sistema digestivo, nuestra mente funciona de forma similar.
A menudo nos encontramos con suculentas prosas ricas en nutrientes líricos, masticamos las puntuaciones y acentuaciones y procedemos a tragar los versos (o párrafos completos, en el caso de los angurriosos). Luego de ingerirlos, nuestro sistema se encarga de procesarlos. Dependiendo de la esencia nutritiva de lo absorbido, será determinada nuestra energía aprovechada y por ende los residuos que los mismos dejan.
En estos tiempos modernos, nos vemos preocupados por nuestra salud y lo que introducimos a nuestros cuerpos. Esas etiquetas blanco y negras con datos nutritivos que antes ignorábamos, se ha convertido en una importante herramienta en el cuidado de nuestros cuerpos. Lo mismo debería aplicarse a los textos, a las informaciones que nos dan, las cuales ofrecen mucho volumen pero poco valor alimenticio, y a veces provocan una indigestión cerebral.
A diferencia del sistema digestivo, el cerebro no tiene forma de eliminar los residuos dejados del aprovechamiento de información, es decir, debemos tomarlo todo y retenerlo todo, lo cual no es aconsejable en ninguna circunstancia. Es como si comiéramos un lechón con todos sus componentes.
La respuesta yace en aplicar un filtro de consumo selectivo a la información disponible. Nadie come todo lo que encuentra, procede a una observación y evaluación previa a la ingesta. Hacer esto garantiza que el organismo logrará llegar a su potencial aprovechando lo introducido y reduciendo al mínimo los residuos. Evitemos el estreñimiento verbal.
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