Todo el mundo la ha tenido en algún punto de sus vidas. Presencias un acontecimiento, digamos una riña entre dos personas, una manifestación pública que altera el ambiente, involucrando a todos los ahí presentes, obligando a que nuestra naturaleza de dominicano curioso se escabulle en asuntos de incumbencia nula. Te das cuenta que los protagonistas del suceso recapacitan, de repente el mismo público adopta un rol protagónico, la vida de estos individuos a su merced, sujetas a críticas sin fundamentos causadas por la misma voluntad de los actores principales, ya que de la manera en que fue manejada la situación no se podía esperar menos.
Sientes vergüenza ajena cuando entras en cuenta que la persona afectada puede en algún momento asemejarse a ti o a tu forma de ser, pensar, actuar, reaccionar. En cierto modo te tranquiliza el saber que has aprendido una valiosa lección a expensas de la dignidad de otra persona, digamos un balance kármico con una pizca de humor negro. Te niegas la remota posibilidad de que puedas manejarte del mismo modo ante una situación similar, solo para que el destino en un futuro no muy distante se encargue de "enseñarte" una lección sobre la humildad.
Sientes vergüenza ajena cuando entras en cuenta que la persona afectada puede en algún momento asemejarse a ti o a tu forma de ser, pensar, actuar, reaccionar. En cierto modo te tranquiliza el saber que has aprendido una valiosa lección a expensas de la dignidad de otra persona, digamos un balance kármico con una pizca de humor negro. Te niegas la remota posibilidad de que puedas manejarte del mismo modo ante una situación similar, solo para que el destino en un futuro no muy distante se encargue de "enseñarte" una lección sobre la humildad.
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